jueves, agosto 25, 2005

La imaginación hispanoamericana por Guillermo Samperio


A pesar de lo que digan ciertos “maestros” en creatividad y algunos académicos poco escrupulosos, la imaginación, lejos de estar al servicio de fines comerciales o mercantiles, es un animal salvaje que habita en la mente de los seres humanos. Sólo algunos se atreven al intento de domarla, a sabiendas de que cualquier sumisión, cualquier apariencia de amistad de parte de esta criatura no es mas que un engaño que puede conducir a la demencia o a la ruina. Por ello se puede jugar con ella, pero no dominarla por completo.

En relación a esto, bien dice Fernando Burgos, el editor del libro que a continuación se reseña que imaginar no es un método ni un modo, sino una entrega total a las incertidumbres voluptuosas de nombrar el universo que nos constituye y de reponer en plenitud una y otra vez el deseo de lo inconsciente. Un eterno retorno, una constante reconstrucción del mundo a través del lenguaje que nos ofrece satisfacciones que bien valen la pena, a pesar de los riesgos.

Es por ello que imaginar es una actividad tan respetable como cualquier otra, más todavía para todos aquellos que entienden su dificultad y sus peligros. Por esa razón son tan pocos los que se han entregado a ella en pos de sus frutos, y por lo mismo, tan abundantes los intentos -casi todos fallidos- por explicar sus resultados; tan cuidadosos los ensayos, los artículos y los libros que buscan facilitar la creación a quienes no la cultivan, y tan pocos los éxitos obtenidos por ese camino para volverla accesible.

La literatura, de todas las artes, es la que más se estudia teóricamente, pues es el lenguaje la base –inestable y engañosa, no lo olvidemos– de la razón, y se presupone que por ello la imaginación puede quedar más expuesta al ojo escrutador de la ciencia al traducirse en palabras. Por desgracia, lejos de iluminar, muchas veces las explicaciones ocultan aún más las respuestas que requerimos. Es así que los mismos autores, los escritores en persona, se han visto en la necesidad –a veces forzados por ésta, a veces voluntariamente– de explicar o por lo menos de justificar su imposibilidad para explicar la gestación, el nacimiento y los motivos de sus invenciones.

Pese a esa dificultad, o precisamente a sabiendas de ella y de las ventajas creativas y de autorreferencia que ofrecen a cada autor, según su temperamento y circunstancia personal, Fernando Burgos, catedrático y editor chileno, presenta en Los escritores y la creación en Hispanoamérica una recopilación interesante y original de esas reflexiones, escritas o dictadas por los propios artistas del relato y del lenguaje, en las que hablan sobre su trabajo y su convivencia con la imaginación que tanto gozan y sufren a la vez.

El resultado es el tipo de libro que a primera vista intimida a más de un lector por su grosor y apariencia de mamotreto impenetrable, para luego convertirse –conforme se avanza por sus páginas– en una compilación de variadas e interesantísimas reflexiones, tanto del pasado, las de los grandes maestros latinoamericanos –Darío, Quiroga, Arreola, Borges, entre otros– como del presente y del pasado más inmediato y contemporáneo, logrando en conjunto una amplia representación de la creación cuentística y novelística en el mundo hispanoparlante.

Con gran rigor y voluntad, Burgos ha logrado reunir a golpe de largas distancias telefónicas, de correos electrónicos, de relaciones públicas en viajes, convenciones e intercambios, o en su defecto recurriendo a los libros en el caso de autores ya fallecidos, una colección de breves pero sustanciosos ensayos sobre los laberintos, los infiernos y los paraísos de la creación literaria en América latina y España, específicamente en cuento, que por su abundante producción es el género natural en nuestras regiones.

En esta obra las voces se confrontan, pero jamás se oponen, pues el gusto por narrar despierta entre todos los autores el mismo placer tortuoso, matizado y aderezado por sus búsquedas personales que se enriquecen unas a otras, aumentando los recursos y las voces que puede el lector encontrar en otros libros y antologías de la misma temática. La diferencia entre este libro y sus similares radica, por un lado, en la abundancia de textos inéditos, escritos específicamente para esta colección, y por el otro, en los múltiples enfoques que ofrecen los diversos autores, que no solamente se concentran en explicar la construcción de la literatura, sino en mostrarnos todo el proceso, interno y externo, el antes y el después del acto de escribir.

Todos estos textos, desde el ya clásico decálogo de Horacio Quiroga con autorréplicas incluidas, hasta las explicaciones de Mario Levrero, pasando por las palabras de gente tan distinta como Darío, Gorodischer, Arreola, Pitol, Monterroso, Borges y muchos más, escapan a la explicación sesuda e inútil, al know how y a los instructivos, para sincerarse con los lectores sobre su experiencia de creación, sobre sus dificultades y placeres al asumir el proceso de conquista/fascinación que el autor y la imaginación hecha escritura se ejercen mutuamente, dejando como consecuencia cuentos y novelas que a su vez nos provocan más ganas de seguir imaginando cosas a nuestro modo, continuando esa labor de escritura o, por lo menos, abriendo otras posibilidades de enfrentar a la fiera y ponerla de nuestro lado en el diario combate contra los verdaderos monstruos de la existencia humana: el conformismo, la realidad impuesta, la mediocridad y el tedio.

Para todos los que participamos con Fernando Burgos en la creación de este libro ha sido un placer encontrar en éste, ya editado, un resultado tan amplio y a la vez tan plural, pues sus autores no se limitaron a dar una explicación académica al fenómeno de la inventiva y la ficción literaria. Al contrario, la conjunción de voces nos acerca a la naturaleza más íntima de lo creativo, la cual, aunque inexplicable, se vuelve más íntima y perceptible al ser planteada como una vivencia y no como una lección. Sobre este punto los autores coinciden y se impone la reflexión sobre la naturaleza emocional, lúdica y gozosa de su trabajo, sobre el placer que representa escribir y poner reglas propias en mundos inventados, a la vez que se comparten éstos con los lectores, que son al final los que ganan, al apoderarse de nuestras palabras para hacerse a sí mismos de sus propias verdades, de un universo personal que puede desembocar en una vocación, en un oficio narrativo que continúe enriqueciendo la tradición narrativa hispanoamericana.

Finalmente, si algo hace sobresaliente a este libro, además de sus autores y sus textos, es el haber logrado desvelar un poco los mecanismos, el alma y el sentimiento de la inventiva literaria. Con ello se han identificado unos con otros, y se han agrupado, pese a todas las diferencias, en un solo grupo: el de los soñadores públicos.